Sunday, April 8, 2012

En las cárceles se come lo que se puede y cuando se tiene dinero

La alimentación para quien tiene dinero en la prisión está garantizada, en tanto para los que fueron abandonados y que sólo dependen de sus prediarios es escasa, por lo que sólo deben esperar la caridad de algún buen compañero o comer de la denominada olla común.

En San Sebastián, gracias al apoyo de la Pastoral Penitenciaria, sólo los reos de la tercera edad se benefician de la llamada olla común, que consiste en un plato de sopa o segundo que diariamente se entrega al medio día. Si en algunas ocasiones sobra algo de comida, los más pobres se alimentan de ella.

Para el preparado de este alimento, los “mayorcitos” de San Sebastián -como muchos los llaman- deben aportar con algo de dinero para cubrir el trabajo del cocinero. “En la cárcel todo es pagando, nada es gratis”, dice otro de los presos.

Algunos reclusos exigen que la Gobernación de Cochabamba se haga cargo de la olla común para que toda la población se beneficie, porque aseguran que el dinero de los prediarios que reciben son insuficientes para cubrir su alimentación.

Enfermo o no, en el penal se come lo que hay, salvo que uno cuente con el apoyo de su familia para comprar la variedad de platillos que los mismos reos preparan y ofrecen en los improvisados restaurantes que existen.

Lauro, que tiene una diabetes avanzada, debe comer comida vegetariana, alimentación que su esposa e hijas le llevan diariamente. Sin embargo, no ocurre lo mismo con Leandro, originario de Tapacarí y acusado de asesinato, quien dice que se moriría de hambre si no habría la olla común.

En quechua, explica que vive en el completo abandono, pero gracias a sus compañeros de la tercera edad y la Pastoral Penitenciaria tiene un techo donde dormir y comida que comer.

Así como él, la mayoría de los que están en San Sebastián acude todos los días a recibir ya sea un plato de sopa o un segundo. Cuando la hermana María Ángeles González lleva leche, panes o algo que comer todos corren a recibir la caridad de la Iglesia católica a través de la Pastoral.

COMIDA AL DEBE

En el caso de San Antonio, los adultos mayores que no tienen recursos para servirse uno de los variados platillos que se ofertan en El Prado de San Antonio -la zona más “lujosa y privilegiada al interior del reclusorio- están obligados a comprar una sopa de uno de los restaurantes donde el que administra (otro recluso) les vende “al anote”, para que cuando llegue el pago del prediario que les corresponde realice los descuentos necesarios.

Es una alternativa que han encontrado los reos para sobrevivir con un plato de sopa y un vaso de refresco al día.

Ahí los adultos mayores tienen cierta consideración por su edad y las dificultades físicas que algunos ya presentan.



ENFERMEDADES,

“UNA MALDICIÓN”

Por la edad que tienen, casi la mayoría de los reclusos mayores de 60 padece de distintas enfermedades, desde dolores de espalda hasta enfermedades terminales como la Silicosis que tiene Emilio o la diabetes avanzada por la que incluso le mutilaron la pierna a Waldo, otro recluso detenido por abuso deshonesto.

Cada uno se queja y asegura que estar enfermo y vivir en un penal es “toda una maldición”, porque no existe un médico permanente y fármacos para aplacar sus dolores.

En ambos penales hay un precario sanitario para atender a los reos. Ahí hay algunas muestras médicas y un reducido stock de fármacos que otorga Régimen Penitenciario para dar a quien necesita.

Allí, los de la tercera edad tampoco tienen un tratamiento especial, porque lo poco que existe debe servir para toda la población. Sin embargo, los encargados del sanitario afirman que tratan de hacer todo para calmar el dolor de los mayores, “porque ellos ya no son como los jóvenes, que todavía podemos aguantar el dolor”.

El director departamental de Régimen Penitenciario, Dennis Mejía, asegura que los enfermos con problemas severos son trasladados al hospital Viedma previa valoración del médico de la institución, que una a dos veces por semana visita los reclusorios.

Explica que en el departamento existen dos equipos multidisciplinarios para atender a los más de 2 mil reos que existen en los seis reclusorios (El Abra, San Antonio, San Sebastián Varones, San Sebastián Mujeres, San Pablo y San Pedro). Cada uno de los equipos está conformado por un médico, un psicólogo, un trabajador social, un odontólogo y un asesor legal.

Para los reos, el personal es insuficiente. Aseguran que las enfermedades que aquejan a los adultos mayores por lo general son: las diarreas, los resfríos, la diabetes, problemas estomacales, artritis, reumatismo, enfermedades cardíacas, entre otros.

En tanto, el psicólogo de Régimen Penitenciario asignado a San Sebastián y San Antonio, Hernán Mérida, reconoce que los reos mayores de 60 tienen un sinfín de dolencias, sin embargo, asegura que no son extremas, a excepción de algunos casos.

Explica que la depresión es la que impera en esa población, porque a su avanzada edad les es más difícil sobrevivir en un lugar donde se requiere trabajar para contar con unos centavos.

Otro factor que incide en su depresión es el abandono de sus familiares y el tiempo que deben estar recluidos tras conocer su sentencia.

David A, un reo de 65 años y acusado de estafa, dice que la depresión estuvo acabando con su vida. “No veo la hora de dejar la prisión; cuento los días, las horas e incluso los segundos”, dice al relatar que desde hace más de un año está preso.

Para evitar que la depresión lo dañe más, hace un tiempo decidió ser parte del grupo de artesanos, trabajo que además de terapia ocupacional le genera algunos “pesitos” para sobrevivir.

Así como él, hay personas de su edad o un poco menos que decidieron, a pesar de sus años, trabajar en la zapatería, carpintería, en el sector de llamadores (voceadores) y comida.

El psicólogo explica que muchos reos con estas terapias logran sobrellevar los malos momentos que viven, lo que no ocurre con otros –sobre todo jóvenes- que incluso atentan contra su vida.

Revela que en 2011, en Cochabamba, al menos nueve presos intentaron quitarse la vida consumiendo lavandina, una sustancia que les dañó su organismo. Las causas, por lo general, son sentimentales.

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